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miércoles, diciembre 6, 2023
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Una historia de paranoia e inestabilidad

*Santiago Torrijos Pulido

7 de diciembre de 2022: Perú: con 5 investigaciones formales por actos de corrupción a cuestas, el presidente Castillo anunció la disolución del Congreso y la implantación de un Gobierno de excepción. Ante semejante inconstitucionalidad, renunciaron sus Ministros, el Congreso votó su destitución y Castillo fue detenido.

17 de mayo de 2023: Ecuador: se firma el decreto de la “muerte cruzada”, por medio del cual el presidente Lasso, asediado por presuntos actos (como cosa rara) de corrupción, disuelve la Asamblea, para así llamar a elecciones urgentes y evitar que los parlamentarios logren enjuiciarlo. Correa (ya condenado por, otra perla: corrupción), sonríe desde Bélgica por la gran oportunidad de retomar el poder.

14 de junio de 2023: Colombia: luego del escándalo por audios que comprometían a su embajador en Venezuela con presuntas entradas de dineros con violación de topes electorales, sumados al abuso de poder de la jefa de Gabinete, el presidente Petro enfrenta un cada vez más grande escándalo por presunto enriquecimiento ilícito. Ello se da a tan solo semanas de otro escándalo que involucró a su propio hijo en un presunto tráfico de influencias en las más altas esferas gubernamentales.

Todas estas son muestras de una enfermedad compleja, que tiene varios síntomas. Primero: anteponer intereses partidistas y personales, en lugar de honrar los intereses vertebrales nacionales. Segundo: valo-rar exclusivamente el corto plazo. Tercero: una visión enclaustrada del mundo. Cuarto: demasiado egocentrismo y paranoia. Quinto: el círculo vicioso de la política latinoamericana. El resultado: la entrada en coma de Latinoamérica. La sepultura: una crisis económica sin fin, en la cual los ideales políticos valen más que la sostenibilidad y el éxito continental. La muerte del sueño de nuestros libertadores.

En cuanto al primer síntoma, nuestros gobernantes no dudan en analizar las coyunturas políticas desde el lente de “dónde obtengo un ma-yor beneficio” y “cómo hago para triunfar políticamente, cueste lo que cueste”. Si el costo implica recibir dineros sucios, no importa. Si implica violar los topes de financiación, tampoco. Si implica una toma ilegal e ilegítima del poder de todo un país para evitar la caída de un proyecto político (personal y partidista), qué más da. Esta visión utilitarista, llevada hasta sus extremos más negativos, conduce a constantes rencillas intra-gubernamentales y también entre los poderes públicos, que por ahora cumplen una función vital como contrapesos ante el abuso y el exceso.

Sobre el segundo síntoma, la misma visión implica que la mirada política se posiciona 2, 3, máximo 4 años por delante. Es una visión demasiado corta, impensable para construir un proyecto duradero de Nación. Si lo único que interesa es lo que va a suceder durante el mandato de tal o cual presidente, al final no se construye patria, sino una visión efímera de “éxito” muchas veces ligada al despilfarro para mantener “cómodo” a corto plazo a un cúmulo poblacional.

Sobre el tercer síntoma, parece que las únicas noticias que importaran fueran aquellas propias de una determinada explosión de opinión a través de los medios de comunicación locales. Los gobernantes solamente se preguntan cómo salir del escándalo del momento, sin pensar en que -en realidad- pueden estar recorriendo los mismos (nefastos) pasos de corrupción e incompetencia que ya fueron transitados por sus propios vecinos. No existe una visión continental que permita sobrepasar etapas para evolucionar en cuanto al continuo de capacidad que poseemos los países latinoamericanos.

Sobre el cuarto síntoma, es esa paranoia constante la que lleva a los gobernantes a tomar decisiones apresuradas o, en ciertos casos, incluso despóticas. El gobernante de turno siempre considera (como mecanismo de defensa) que es “víctima” de una persecución, que es “víctima” de “fake news” y que es “víctima” de hostilidades y presiones provenientes, incluso, del extranjero. Sesgos que conducen, en el fondo, a una ausencia de autocrítica. Vivimos gobernados por ciegos que se niegan a reconocer su propia falta de visión.

Sobre el quinto -y quizás más preocupante- síntoma, todo lo anterior genera el re abordaje de un círculo vicioso caracterizado por la carencia de aprendizaje productivo; la carencia de fijación de metas más allá de la nariz; el advenimiento de radicalismos y posiciones prejuiciosas, y la carencia de un sentido de unidad en el marco de un mundo cada vez más inestable. En resumen, repetimos una y otra vez nuestros mismos pasos por el sendero de la alienación latinoamericana, que ha generado que la esperanza se riegue del vaso una vez tras otra, evitando así que nuestro continente pueda desarrollarse a tope en el marco de su enorme potencial.

Urge cambiar el sentido de la política latinoamericana y ello ha de comenzar con una nueva generación de líderes que se comprometan a generar un proyecto común partiendo de la base de la estabilidad y la productividad a largo plazo, con una visión que parta del respeto por la diferencia y la autocrítica. Reconocer errores no es malo, es un acto político valiente que lleva a la construcción de lazos más duraderos entre ciudadanos de un mismo continente compartido y pujante que debe despertar, de una vez por todas.

Abogado Penalista en la firma Mario Iguarán Abogados Asociados

Magíster en Criminología, Delincuencia y

Victimología, y Candidato a LL.M. en Estudios

Legales Internacionales de la Universidad de Georgetown

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