Por Alejandro Sotomayor
Unamuno siempre fue y siempre ha sido un inconforme y siempre ha estado contra esto y lo otro, con razón y sin ella, sin que nada le importe. Es, o era, vascongado y después de un prologado estudio sobre el origen de su mundo, se limitó a decir: “lo único que se sabe del origen y prehistoria de la raza vasca es que nada se sabe”. Es bueno saber que los etarras que ahora roban y matan y piden que el país Vasco se independice de España y Francia no tienen razón para ello, es solo un pretexto para que mediante asesinatos a sangre fría y el terrorismo, una banda de asesinos y ladrones viva del dinero ajeno.
Es posible que Don Miguel nunca llegara a saber que los vascos que ahora luchan por separarse de España y Francia sean lo que al fin se ha descubierto que son, aunque hacemos mal en generalizar, pues hay vascos muy inteligentes que son personas serias y decentes.
Unamuno se cuenta, lo contamos nosotros, entre las dos o tres grandes figuras que ha dado el país Vasco: San Ignacio de Loyola, Juan Sebastián Elcano, el marinero audaz que completó la primera vuelta al mundo y el propio Miguel de Unamuno, al que hemos calificado de majadero genial.
En algún momento de sus 72 años reconoce que
su raza “no ha dado hasta hoy, grandes pensadores”, sino grandes obradores, y obrar es unmodo, el más completo acaso, de pensar. Por otra parte los calificas de un carácter rudo y autoritario.
Unamuno tenía muy mala opinión de los miembros de la Real Academia Española de la lengua (RAE). Se refería a ellos como unos señores “que hablan en mal español cuando están solos y que cada cierto tiempo hacen doscientas copias de un libro y se los reparten entre ellos”. Ahora recuerdo, cundo leía mi discurso de ingreso en la Academia Norteamericana de la Legua Española (ANLE), terminé con las siguientes palabras: Parafraseando a Unamuno que en el exilio decía a mí me duele España, a mí también me duele Cuba, hoy bajo la bota brutal de la tiranía castrista, aunque no recuerdo si terminé, con exactitud, con estas palabras u otras parecidas. Escribía violando la ortografía: reló, en vez de reloj, telégrama, en vez de telegrama.
Lijero, no ligero, recojer, en vez de recoger, lijereza, en vez de ligereza y así media docenas de faltas de ortografía, que no eran tales faltas ya que sabía a conciencia y a propósito que mal escribía.
El asunto es muy interesante. Volveremos sobre sus críticas, ácidas críticas, sobre el estilo de José Martí, Rubén Darío y otros destacados valores del mundo de la literatura.