Por Emilio Martínez Paula
Por casualidad me cayó en las manos un trabajo escrito por el poeta Vicente Echerri, que en tiempos pasados fuimos amigos. Echerri se dedica a contar historias sobre el ge-neral Santa Anna, lo que me trae a la mente otras que para mí son de mayor interés.
Por ejemplo: en tiempos en que España gobernaba en México el rey español le dio los territorios que hoy forman el Estados de Texas a cientos de colonos estadounidenses, los que lograron convertir Texas en un emporio de riquezas, sobre todo desarrollando la ganadería. Vivir en Texas sin aire acondicionado ni calefacción no es cosa de juego, pues te mata el frío o el calor, pero los yanquis superaron todas las comodidades haciendo cabañas con cocinas en las que podía cocinar o usarlas para producir calor con gruesas maderas y en el verano abrir ventanas para que saliera el calor, todo lo cual es hablar sobre cosas que ahora resultan una tontería.
Cuando España decide abandonar a México los yanquis, aquí casi no había mexicanos, los estadounidenses, repito, deciden declararse independientes, y crean la República de la Estrellas solitaria.
Un buen día el general Santa Anna, presidente de México se le ocurrió entrar en Texas al frente de un ejército bien armado. Los americanos, para llamarlos de alguna manera, se atrincheraron en el Álamo un recinto religioso, rodeado de murallas con abundantes alimentos y agua donde pensaron resistir, lo que no dejaba de ser una tontería, hubiera sido más inteligente intentar un diálogo.
Santa Anna puso sus cañones en acción: destruyó el Álamo, mató a todos sus defensores y siguió camino rumbo a lo que hoy es el centro de la ciudad de Houston, matando por el camino a más de trescientos americanos a los que fusiló sin juicio ni razón evidente, sacándolos de sus casas. Los asesinó.
Celebraba el general Santa Anna, presidente de México en esos momentos, su triunfo con una borrachera general, se había quitado su pierna de palo, pata se puede decir a las patas de una mesa o silla o a la de los animales, no a las personas y estaba “haciendo el amor” con una hermosa negra, cuando al grito de ¡Remenber the Alamo!
Sam Houston al frente de más de poco más de mil hombres los rodeó y en un combate de unos 18 minutos los hizo prisioneros, con un saldo de siete u ocho muertos.
Santa Anna, presidente de México, llegó a un acuerdo con los tejanos y decide vender lo que hoy es el Estados de Texas en unos cuantos millones de dólares que dicen sencillamente que se los echó en el bolsillo sin compartir con nadie.
Siguiendo esa técnica de comprar territorios los Estados Unidos compraron a Rusia lo que hoy es el Estado de Alaska por siete millones, en esa época no valía mucho más, aunque es tan extenso como la mitad de Argentina, y Alaska es un territorio lleno de riquezas. Putin ha dicho recientemente que no es legal vender ese pedazo de Rusia pues no se consultó con el pueblo, ¡mira que este tipejo que es un comunista miserable, aunque hay un tal Carlos Alberto Montaner que dice que Putin ya no es comunista y que García Márquez tampoco que nada más es amigo de Castro. No hay que ser muy inteligente para entender que para ser admirador y amigo de Castro por lo menos hay que tener muy malas entrañas y ser un miserable.
Decir que Putin no es comunista y que García Márquez tampoco, es más que una estupidez: es una maniobra miserable que solo se esconde en el alma de un político de poco talento y tortuosas y ocultas intenciones.
Para no olvidar el tema, Estados Unidos le compró a Napoleón lo que hoy es la Louisiana en 15 millones de dólares. Los yanquis siguieron camino y parte de la que hoy es California donde vivían unos siete u ocho mil indígenas que no sabían que nombre tenían, la unieron a territorio de los Estados Unidos. Para adquirir la Florida, los españoles se habían negado a venderla, decidieron hacer lo que hoy se conoce como la toma de La Habana por los Ingleses.
Los ingleses se robaron hasta los clavos de los cuadros y las campanas de las iglesias y mantuvieron La Habana bajo su control cerca de un año al cabo del cual España les entregó la Florida y los ingleses le entregaron La Habana.
El general Santa Anna fue presidente de México en más de diez ocasiones y me sorprendió mucho un día, allá por el lejano 1950, que visitaba el Museo de México ver un cuadro con la imagen del general Santa Anna donde lo insultaban como traidor. Pero eso es historia pasada y prefiero recordar el México de María Félix, de Agustín Lara, aquella Ciudad México con los mejores hoteles, los mejores restaurantes, los mejores atletas, los mejores cantantes y artistas en general, una Ciudad México que era la envidia de todos y en la que pasé muy buenos ratos.
No quiero terminar estas palabras sin comentar una historia bastante conocida: con el pretexto de que México le debía dinero a los franceses desembarcaron en Veracruz y libraron un reñido encuentro con los mexicanos que hicieron retroceder a los franceses, lo que el general Santa Anna interpretó como que estaba derrotando al enemigo y pasó a la ofensiva con unos doscientos hombres. Santa Anna no se dio cuenta de que los franceses habían colocado un cañón a la entrada del muelle el cual dispararon tan pronto vieron que la columna mexicana los atacaba a bayoneta calada. El resultado fue ocho solados muertos y nueve heridos. Santa Anna, reconocido por su valor personal, el cañonazo casi le arranca la pierna izquierda, que al fin tuvieron que amputársela, lo que le ganó la admiración del pueblo lo que le permitió por quinta vez ser presidente de México. Tanta era la popularidad de Santa Anna que durante su sexta presidencia en 1842 hizo sepultar la pierna que le amputaron en el cementerio de Santa Paula lo que resalta su egolatría junto con su fama de valiente.