En 1759, un profesor en Glasgow, Escocia, publicó un texto en donde se hizo la primera mención a la “mano invisible”. De acuerdo con la teoría, el mercado se puede autorregular sin necesidad de intervención de agentes externos, como el Estado. Sin intervención externa, según la teoría de la desregulación, se beneficia tanto el inventor del bombillo eléctrico y la empresa que lo comercializa, como toda la comunidad, que puede gozar de este nuevo invento.
A pesar de que esa teoría fundó amplias bases del capitalismo, hoy en día sabemos que, para solucionar ciertos problemas graves, el Estado debe intervenir. Pues bien, llevando esta misma “confrontación” entre regulación y desregulación al plano de la realidad actual, nos encontramos con el enorme problema de la Inteligencia Artificial.
En efecto, la irrupción acelerada de la IA en nuestras vidas da lugar a numerosos cuestionamientos. En primer lugar, si la IA está libre de toda cadena, entonces escritores, arquitectos, abogados, programadores, creadores de contenidos, ingenieros, actores, presentadores de televisión, entre otros, podrían perder sus empleos, siendo reemplazados por algoritmos avanzados que podrían llegar a construir textos e incluso, identidades físicas, a diseñar, a planificar y a innovar de forma tal que la labor de todos estos humanos se vería francamente opacada. No en vano, cientos de guionistas han protagonizado un paro a raíz de la falta de apoyo a su actividad creativa, traducida en continuas bajas en sus salarios. Es claro que, para la industria del entretenimiento, ya no son indispensables.
Es solo cuestión de probar ChatGPT para darse cuenta que se pueden crear mímicas fabulosas y al mismo tiempo escalofriantes de los modos de escribir de famosos escritores (una verdadera apropiación ilícita de lo que debe considerarse como propiedad intelectual), al tiempo que se pueden generar tramas de programas, de novelas y de cuentos mejor de lo que lo haría cualquier ser humano físico (o, al menos, al mismo nivel). Sorprende, por ejemplo, observar cómo el escritor colombiano Mario Mendoza leía un extracto de un texto suyo y luego lo comparaba con un texto creado por la IA, y los lectores no podían siquiera distinguir cuál era cuál.
La primera pregunta: ¿hasta dónde el avance de un invento maravilloso puede dar al traste con la creatividad de la humanidad? ¿La magia del creador de contenido, siendo reemplazada por la “máquina mágica”?
En segundo lugar, la IA desregulada genera gravísimos pro-blemas en cuanto a la diferenciación entre lo que es real y lo que no lo es. La IA puede crear imágenes y vídeos y repartirlos por las redes sociales a diestra y siniestra, haciendo que la gente crea, por ejemplo, que el Papa Francisco es un asiduo comprador de Balenciaga. Esta difusión sin regulación genera dos problemáticas emparentadas: i) un advenimiento de una “realidad” ficticia, fragmentada y (muy posiblemente) manipulada, que puede tomar el lugar de la realidad misma, y ii) un reemplazo de figuras reales por figuras fantasiosas que aparecen en pantalla para reforzar deseos y estereotipos, de la misma manera en que Paul Walker fue reemplazado alguna vez como actor en la película Rápido y Furioso, solo que ahora esta misma “suplantación” es tan sencilla que pue-de ocurrir en redes sociales, y con propósitos nefastos de manipulación de la población mundial (no precisamente para salvaguardar honrosamente la memoria de un actor fallecido).
La segunda pregunta es: ¿hasta dónde los beneficios económicos y prácticos de la IA pueden llegar a destruir el mundo real, reemplazándolo por un mundo plástico, banal y manipulado?
En tercer y último lugar, la IA -sin cadenas- puede llegar a constituir un hurto masivo de datos personales, dado que cualquiera estaría en riesgo de que -a costas del frenesí del avance tecnológico- su imagen personal y sus datos más preciados y únicos fueran utilizados con quién sabe qué propósitos para alentar los deseos de quién sabe qué audiencias.
Y algo aún peor, si unimos la IA con los algoritmos diseñados para indagar cuáles son nuestros gustos en la web, entonces estaremos expuestos a que datos propios (como las preferencias personales de cada uno) sean utilizados como un mecanismo de manipulación a gran escala.
La tercera pregunta es, entonces, ¿hasta dónde la humanidad sacrificará su propia libertad a cambio de un avance tecnológico? El avance de la IA -sin cadenas- puede representar, paradójicamente, el surgimiento de una humanidad encadenada.
*Abogado Penalista en Mario Iguarán Abogados Asociados
Magíster en Criminología, Delincuencia y Victimología,
y Candidato a LL.M. en Estudios Legales
Internacionales de la Universidad de Georgetown